Desde Triana

Desde Triana

29 de enero de 2010

El derecho a la crítica


Quien a los veinte años no es de izquierdas, es que no tiene corazón.
Quien a los cuarenta años no es de derechas, es que no tiene cabeza.


Yo, desde la atalaya de los sesenta, que dejé atrás la impulsividad y progresismo de los veinte y el conservadurismo de los cuarenta, oteo el horizonte político de nuestra ciudad, donde se está instaurando un desgobierno absoluto, liderado por unos partidos políticos con diferentes siglas pero con un objetivo común, la alcaldía de Sevilla.

La izquierda que enarbola la bandera del progresismo, semilla que germina en los jóvenes corazones llenos de ideales, después, a lo largo de la vida, vas dejando jirones de tu propia identidad y las ideas van perdiendo el marxismo, el socialismo y llega a la social-democracia, admitiendo el capitalismo más salvaje.

La derecha más inmovilista y conservadora, sus ideas más dirigidas a la razón que al corazón, busca la estabilidad intentando un cambio para que nada cambie.


Desde mi independencia política, que me brinda la opción de no tener que rendir pleitesía a ningún signo, denunciaré todo aquello que considere lesivo para los intereses de mi ciudad, sin tener en cuenta detrás de que ideología o siglas se esconda, sin esto significar estar defendiendo las ideas contrarias a las que critico.

Debemos mantener una actitud crítica, ante los acontecimientos que estamos padeciendo, desde el compromiso con nuestra propia conciencia, que no entiende de conveniencias políticas, sino de conciencia social, eso nos lleva a reprobar acciones y no ideas políticas. Lo que falla no son las ideas sino las personas.

No podemos estar encorsetados por convencionalismos sociales e ideológicos, ni encasillados dependiendo de nuestras filias o fobias hacia una actitud sobre un determinado asunto, en un momento concreto. El pensamiento único es propio de las dictaduras, para que nadie atente contra el inmovilismo propio de estos regímenes.

La facultad más importante del individuo es poder realizar un análisis de la sociedad de la que forma parte y poder expresarlo libremente.

La defensa de nuestras ideas es un bien irrenunciable, pero que no puede llevarnos a la censura intelectual  del individuo.

La raíz humana de la que brotan los valores es la conciencia, pero no una conciencia de clases, tan al uso en los partidos políticos, sino la conciencia individual, que te permite ser dueño de tus pensamientos, sujetos a tu propio código ético, sin ninguna hipoteca ideológica. Las ideologías son el alimento de los que carecen de conciencia crítica.

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