Desde Triana

Desde Triana

27 de noviembre de 2011

La vida en un corral de Triana

Parafraseando al poeta que dijo”mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla y un huerto claro donde madura el limonero”yo, puedo decir que mi infancia son recuerdos de un corral de vecinos,donde florecía la solidaridad con la misma intensidad que las necesidades.


Era mi corral, igual que otros corrales de Triana, tenía un gran patio central donde en su centro geográfico estaban situadas las letrinas y al fondo del cual estaban ubicados los lavaderos,causa principal de las riñas entre vecinas y divertimiento de los niños que jaleábamos a las contendientes para que la batalla dialéctica subiera de tono, lo que llevaba emparejado que el patio se llenara de vecinas, disfrutando de un espectáculo que además era gratis. Pero el enfado entre las contendientes duraba poco, además pocas veces en las riñas entraban los hombres, que cuando no estaban trabajando estaban en el bar, y solían decir que eso era cosa de vecindonas.

Un personaje temido en el corral era la figura de la casera, que era la que cuidaba del buen orden del mismo, y del cobro de los recibos del alquiler y que tenía la facultad de poder echar a un inquilino, potestad dada por el propietario.


Un personaje entrañable, a pesar de no vivir en el corral era el ditero, solucionador de la escasez existente en aquella época, entraba en el corral con un lápiz en la oreja, una libreta de hule en la mano y un gran fardo al hombro donde podía llevar desde manteles de plástico para las mesas a sábanas y toallas.

Este personaje era fuente de muchas anécdotas, yo recuerdo una que le sucedió a un primo mío. Resulta que mi tía, un día que tenía que venir el ditero y no podía pagarle el recibo de esa semana, le dijo a mi primo que cuando llegara el ditero y preguntara por ella, que le dijera que no estaba, y se escondió dentro del dormitorio.


Bien , mi primo cuando llegó el ditero y preguntó por su madre, le dijo que no estaba, pero lo que no pudo preveer mi tía fue la segunda pregunta que le hizo y que descubrió la artimaña, y es que le preguntó—Si tardaría mucho en volver. Ante esa pregunta mi primo volvió la cabeza hacia el interior de la vivienda, y preguntó.--Mama y ahora que le digo.


En los corrales eran famosas las fiesta que se celebraban, ya fuera un bautizo, una boda o una cruz de Mayo. Sobre todo en las bodas y bautizos se alquilaba un pianillo, que era una especie de piano con ruedas, al cual dando vueltas a una manivela que llevaba adosada, producía música,generalmen-te pasodobles.

En las cruces de Mayo, la mayoría de las veces la música la ponían los vecinos, que cantaban sevillanas incansablemente. En la puerta del corral se ponía un lebrillo de barro para que todo el que viniera de la calle a disfrutar de la fiesta, echara unas monedas para cooperar en los gastos. El patio se engalanaba con banderolas echas de papel de colores y pegadas con engrudo fabricado con harina.


Otro acontecimiento, aunque este de otra índole, era cuando un vecino moría. El cadáver se velaba en la casa, no como actualmente que se velan en los tanatorios. Las mujeres dentro de la casa consolando a la familia, y fuera, en el patio, los hombres. Algunas vecinas preparaban el caldo que ayudaría a pasar la noche, también era preceptivo una botella de aguardiente que iba pasando de mano en mano y que ayudaba a atemperar el espíritu y muchas veces achispar los sentidos, con lo cual no era raro que el final fuera contar anécdotas y chistes, y lo que era un suceso luctuoso terminaba en una situación jocosa.


Las fiestas en los corrales tenían un sabor más autentico que las actuales celebraciones, algunas de aquellas fiestas por desgracia han desaparecido en la actualidad. Por ejemplo la cruces de Mayo.


A pesar de la estrechez de las viviendas, las familias a diferencias de las de hoy, acostumbraban a estar conformadas por un gran número de miembros, pues a los padres y a los hijos, que normalmente superaban el número de cuatro, había que sumarle en muchas ocasiones los abuelos, con lo cual en dos habitaciones, dormitorio y salita, dormían ocho o diez personas.


Había mucha solidaridad, compartíamos la miseria y las necesidades, por lo cual era difícil que alguien se acostara sin comer aunque fuera un hoyo con aceite y azúcar, o una sopa cuya única grasa era la proveniente de los hueso salados y el tocino añejo que era todo el condimento al alcance de la mayoría, con lo cual de colesterol estábamos todos bien y nadie hablaba de ponerse a régimen, bastante teníamos con el régimen de Franco, con el cual estar gordo no era un problema sino un milagro.

El café era cebada, achicoria y la granza sobrante del café de los bares, y que para darle más consistencia se le migaba el pan duro que pudiera haber sobrado del día anterior, cosa bastante difícil por cierto.

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