El plausible intento de proteger las obras y trabajos de la
gente de la mar sevillana, motivó la creación de un sinnúmero de Hermandades de
carácter profesional y religioso a un tiempo, evocadoras cuando no herederas de
las organizaciones gremiales de época medieval.
Cada gremio constituyó en sus principios una Hermandad y
Cofradía con residencia en edificio propio, donde ejercitaban sus actividades
según las Ordenanzas respectivas, dotados estos edificios de aposentos para
curación de enfermos y de capilla decorosa donde celebraban cultos solemnes al
Santo elegido como patrono. Porque el gremio fue sociedad profesional económica
y religiosa, que miraba al obrero como ser físico sometido a necesidades
materiales, y como persona moral dotada de aspiraciones infinitas; procuraba
para el cuerpo el bienestar que proporciona la riqueza creada, organización
corporativa del trabajo, y para el alma las gracias espirituales que derivan de
la cabal observancia de la doctrina cristiana. Por ende, las Ordenanzas o
Reglas gremiales y el catecismo católico
actuaban simultáneos en lo social y se dirigían al mismo fin: a la
exaltación del hogar y de la patria.
Y como la posteridad borró de su memoria sin razón alguna, las singulares actividades económicas
, sociales, religiosas y artísticas de tan venerables instituciones, parece
conveniente divulgar noticias encontradas sobre las mismas, en la esperanza
cierta de contribuir al acrecentamiento de la historia de las cofradías
Hispalenses en las referentes a las de las gentes de la mar.
Santa y Real Hermandad y Cofradía de Señora
Santa Ana.
Sus primitivas ordenanzas no existen, pero si la Regla de
1587 ella dice que la fundó el Rey D. Alonso el Sabio, que la aprobó el
Arzobispo D. Remondo el año 1276, cuando fabricaban la iglesia de Santa Ana en
el arrabal de Triana, y que tuvo su hospital para asistencia de marineros en la
calle que se llamó Larga, hoy Pureza.
Dispone la Regla mencionada que solo habían de ingresar en la
Cofradía cristianos viejos de legitimo matrimonio, requisito extensivo a sus
mujeres padres y abuelos paternos y maternos, sin mezcla de raza ni bastardía
sino de limpia casta y generación, por lo que expresamente prohibía la entrada
en ella de moros, judíos, moriscos, negros, mulatos, indios y gitanos. Asimismo
negaba el ingreso de las personas nuevamente convertidas a nuestra Santa Fe
Católica, de los presos condenados o castigados por el Santo Oficio de la
Inquisición u otro Tribunal eclesiástico o seglar, y especialmente los que
tuvieran otra infamia o nota que le impidiese o estorbase el pertenecer a tan Santa Hermandad Y Cofradía.
La tramitación de las probanzas para ingreso era minuciosa;
evocaremos un caso: El ilustre sevillano D. Juan Antonio de Andrade presentó su
solicitud a la Hermandad, y ésta , en cabildo de 16 de Septiembre de
1640,nombró diputados para que efectuasen la información reglamentaria a los
cofrades D. Fernando de Ulloa, caballero veinticuatro de Sevilla, al maestro
Fray Juan de Herrera, mercedario y consultor del Consejo Supremo de la Santa Inquisición,
y al capitán Baltasar de Espinosa, Familiar del dicho Santo Oficio.
La comisión escuchó, ante escribano público, las
declaraciones de los testigos que referimos a continuación: de los Licenciados
y Sacerdotes Tomás Enrique de Almeida, Pedro Fernández de Sicilia, Juan Pérez
de León, Alonso Sánchez Gordillo y Fernando Messia de la Felguera,
esplendida representación de la
sabiduría y santidad sevillana de aquel tiempo.
Y seguidamente las manifestaciones de los capitanes Juan de
Altero y de Antonio Franco, prestigioso piloto examinado, la del veinticuatro
Antonio Domínguez de Bobadilla, la del jurado Francisco Ruiz Díaz de Pineda,
que unidas a las de Pedro de Cifuentes y Francisco García de Briñas formaban
lucidísima personificación representativa del valor, las armas, la política y
el buen gobierno de la ciudad; y por fin, desfiló como testigo un inspiradísimo
y admirado artista escultor que dijo ser vecino de Sevilla y llamarse Juan
Martínez Montañés.
Todos coincidieron en asegurar que el solicitante reunía las
calidades del más puro abolengo hispano, y fue acuerdo unánime el recibirlo
como hermano de la Cofradía de Santa Ana, previa prestación del juramento
acostumbrado.
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