Desde Triana

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27 de marzo de 2013

Hermandades y cofradías de la gente de mar sevillana en los siglos XVI y XVII


El plausible intento de proteger las obras y trabajos de la gente de la mar sevillana, motivó la creación de un sinnúmero de Hermandades de carácter profesional y religioso a un tiempo, evocadoras cuando no herederas de las organizaciones gremiales de época medieval.
Cada gremio constituyó en sus principios una Hermandad y Cofradía con residencia en edificio propio, donde ejercitaban sus actividades según las Ordenanzas respectivas, dotados estos edificios de aposentos para curación de enfermos y de capilla decorosa donde celebraban cultos solemnes al Santo elegido como patrono. Porque el gremio fue sociedad profesional económica y religiosa, que miraba al obrero como ser físico sometido a necesidades materiales, y como persona moral dotada de aspiraciones infinitas; procuraba para el cuerpo el bienestar que proporciona la riqueza creada, organización corporativa del trabajo, y para el alma las gracias espirituales que derivan de la cabal observancia de la doctrina cristiana. Por ende, las Ordenanzas o Reglas gremiales y el catecismo católico  actuaban simultáneos en lo social y se dirigían al mismo fin: a la exaltación del hogar y de la patria.
Y como la posteridad borró de su memoria sin razón  alguna, las singulares actividades económicas , sociales, religiosas y artísticas de tan venerables instituciones, parece conveniente divulgar noticias encontradas sobre las mismas, en la esperanza cierta de contribuir al acrecentamiento de la historia de las cofradías Hispalenses en las referentes a las de las gentes de la mar.



Santa y Real Hermandad y Cofradía de Señora 

Santa Ana.

Sus primitivas ordenanzas no existen, pero si la Regla de 1587 ella dice que la fundó el Rey D. Alonso el Sabio, que la aprobó el Arzobispo D. Remondo el año 1276, cuando fabricaban la iglesia de Santa Ana en el arrabal de Triana, y que tuvo su hospital para asistencia de marineros en la calle que se llamó Larga, hoy Pureza.
Dispone la Regla mencionada que solo habían de ingresar en la Cofradía cristianos viejos de legitimo matrimonio, requisito extensivo a sus mujeres padres y abuelos paternos y maternos, sin mezcla de raza ni bastardía sino de limpia casta y generación, por lo que expresamente prohibía la entrada en ella de moros, judíos, moriscos, negros, mulatos, indios y gitanos. Asimismo negaba el ingreso de las personas nuevamente convertidas a nuestra Santa Fe Católica, de los presos condenados o castigados por el Santo Oficio de la Inquisición u otro Tribunal eclesiástico o seglar, y especialmente los que tuvieran otra infamia o nota que le impidiese o estorbase el  pertenecer a tan Santa Hermandad Y Cofradía.
La tramitación de las probanzas para ingreso era minuciosa; evocaremos un caso: El ilustre sevillano D. Juan Antonio de Andrade presentó su solicitud a la Hermandad, y ésta , en cabildo de 16 de Septiembre de 1640,nombró diputados para que efectuasen la información reglamentaria a los cofrades D. Fernando de Ulloa, caballero veinticuatro de Sevilla, al maestro Fray Juan de Herrera, mercedario y consultor del Consejo Supremo de la Santa Inquisición, y al capitán Baltasar de Espinosa, Familiar del dicho Santo Oficio.
La comisión escuchó, ante escribano público, las declaraciones de los testigos que referimos a continuación: de los Licenciados y Sacerdotes Tomás Enrique de Almeida, Pedro Fernández de Sicilia, Juan Pérez de León, Alonso Sánchez Gordillo y Fernando Messia de la Felguera, esplendida  representación de la sabiduría y santidad sevillana de aquel tiempo.
Y seguidamente las manifestaciones de los capitanes Juan de Altero y de Antonio Franco, prestigioso piloto examinado, la del veinticuatro Antonio Domínguez de Bobadilla, la del jurado Francisco Ruiz Díaz de Pineda, que unidas a las de Pedro de Cifuentes y Francisco García de Briñas formaban lucidísima personificación representativa del valor, las armas, la política y el buen gobierno de la ciudad; y por fin, desfiló como testigo un inspiradísimo y admirado artista escultor que dijo ser vecino de Sevilla y llamarse Juan Martínez Montañés.
Todos coincidieron en asegurar que el solicitante reunía las calidades del más puro abolengo hispano, y fue acuerdo unánime el recibirlo como hermano de la Cofradía de Santa Ana, previa prestación del juramento acostumbrado.

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